Blog - Editorial
El Vaivén de los inocentes.
Asistimos esencialmente cómo revueltas de la conciencia, primero la «resistencia» a la integración totalitaria que continúa en el mundo y después la «revolución» necesaria (Un cambio de orientación en el devenir humano, más bien que como una redistribución sangrienta de los privilegios), estos, sin duda, darán preferencia a la tesis defensiva, a la defensa del hombre.
Sí, sin duda, pero también conflicto de generaciones, de lo cual no parece haberse dado cuenta la crítica.
Exacerbado desencanto y a la voluntad de afirmar, en el único aspecto a su alcance, su independencia absoluta con respecto al mundo de valores que negaban. Más tarde, su necesidad de protestar contra una civilización podrida tomó la forma más «constructiva» de una doctrina y de una práctica que comportaba, después de un primer estadio anarquista, la adhesión libertaria, (convertido en el fantasma número uno de la burguesía). El juicio y la exclusión ruidosa de los miembros rebeldes; la búsqueda de lo económico, culto al mercado, destrucción del estado, etcétera. Tienen su resultante, una especie de religión negra, en una capilla un poco herética asociada a la escuela austriaca de economía.
Hay que reconocer a los miembros del grupo libertario, que no superaron el 30,15%, en una primera elección antes del ballotage, una suma considerable de energías y talentos; la mayoría hicieron su camino y consiguieron imponer a la cultura ambiental, en una medida no despreciable, las formas del estilo y la marca del movimiento. De hecho, miles de jóvenes rebeldes, recogieron y conservaron algo del imperioso ejemplo y de la influencia personal de Milei y sus amigos. Se concibe el apego de este último a un pasado igual de brillante, y su deseo de perpetuarlo, a pesar de la dispersión de los cofundadores, con nuevos elementos. En realidad, después de un eclipse, el grupo LLA se reconstituyó, compuesto sobre todo por jóvenes en medio de los cuales Milei y Villaroel desempeñaban el papel de hermanos mayores gloriosos.
La ideología es muy a menudo complementaria y compensatoria en lugar de expresiva de las tendencias más verdaderas; aquí, el asunto principal es más bien el conflicto entre el temperamento clásico, que tiende a la economía y a la concentración de los medios alrededor de un objetivo preciso, y el romanticismo. El hombre empuja su destino de un error al error contrario, lucha sin fin contra la gravedad y se ve tentado por la desesperación. La solución de la excepción humana a las leyes universales comporta dos aspectos, el sacrificio o rebeldía.
El hombre absurdo, frente a la naturaleza, debe perseverar en su «absurdidad». Pero la revuelta del hombre, más allá del sacrificio, contiene también su tentación. Esta tentación es el asesinato, por el que el hombre se identifica con la necesidad histórica y sacrifica —en su lucha ciega contra la razón de las cosas encarnadas por la razón de Estado o por la naturaleza legisladora— a su hermano descarriado, rebelde «absurdo» como él. El hombre rebelde no debe usurpar las funciones de la naturaleza o de la historia, sino limitarse a la afirmación creadora de solidaridad: «Me rebelo, luego somos». Debe reconocer que su revuelta no es la del yo absoluto, sino la de la naturaleza humana, y que implica, con la intransigente pureza de los medios, la limitación de los fines. Se rechaza pues la disposición del otro por el yo, la transformación del otro en cosa o en propiedad del «Único» stirneriano. Más aún, ve en ello la raíz misma del mundo social de la autoridad y de lo arbitrario, por cuanto se opone al mundo del libre contrato. Este solo existe si el rebelde reconoce, hasta en el adversario, un yo fraternal.
¿Qué necesito y qué medios tengo para transformar el mundo? Ese deseo, de inmensos alcances, solo puede dar lugar a la desesperación o a una nueva y más compleja alienación. Se trata de cambiar la vida, un acto que no parte ni de una idea central, ni de la necesidad objetiva, pero que tiene como sede el ego, esta realidad verdaderamente individual, factor desconocido de Marx y de Stirner, que Freud reconoció como periférico, como lo es esencialmente el sistema nervioso en el conjunto del cuerpo. Aparte de esta actividad consciente, localizada en los límites del ser, la transformación del mundo se hará siempre contra nosotros; será la obra de la especie o de la historia, pero no la nuestra.
Entre la reforma experimental y la revolución hecha o soñada de una vez por todas; entre el esfuerzo de libre cultura que exige la interpretación diferente del mundo y el esfuerzo de destrucción en el que reside dialécticamente su cambio; entre el rechazo preciso de algunos actos en nombre de un imperativo interior que establece una «medida» y la insurrección general, pero difusa, del deseo contra el principio de realidad, acompañada de un pacto tácito con todo lo que lo pone en cuestión, la inteligencia y el sentimiento pueden vacilar, y la juventud elegir por temperamento. Pero es de suponer que la tradición de nuestro país y la situación actuarán ambas en favor de la primera parte de la alternativa.
La amarga ironía benevolente y el entusiasmo despreciativo se enfrentan una vez más. El «infame» al que había que aplastar según, el fanatismo contra el que concentraba todos sus esfuerzos, más peligroso aún que el espíritu de compromiso contra el que se levantan, animados por la intolerancia revolucionaria. Sometidos a la tentación totalitaria de un mundo a la medida de una ideología, pero, recuperándose con rapidez, tuvieron como principal título de gloria, el oponerse a la red de ayuda humanitaria y encarnar la constante escéptica y generosa a la vez de nuestro pueblo.
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